Argentina 2025: estabilidad política y señal de Washington
Por Guillermo J. García
Vicepresidente Ejecutivo de MDG, Weber Shandwick Affiliate for Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay
Las elecciones legislativas de medio término del 26 de octubre marcaron un punto de inflexión para el Gobierno argentino. El presidente Javier Milei llegaba a los comicios en un contexto de erosión política y tensiones internas que habían limitado su margen de acción. El resultado electoral modificó el escenario: su fuerza, La Libertad Avanza, amplió su representación en ambas cámaras y recuperó capacidad de negociación y gobernabilidad para sostener su programa económico.
Ese reposicionamiento coincidió con un gesto sin precedentes desde Washington. El Tesoro de los Estados Unidos lanzó un paquete que incluye un swap de al menos US $20.000 millones, compras directas de pesos y, según operadores financieros, adquisiciones selectivas de bonos soberanos. Scott Bessent anticipó la posibilidad de ampliar la línea en otros US $20.000 millones, con participación de bancos privados y fondos soberanos. La medida colocó a la Argentina en el radar estratégico estadounidense y redefinió el vínculo bilateral.
La novedad no radica solo en la cifra, sino en el instrumento: el Exchange Stabilization Fund, creado en 1934 y rara vez aplicado fuera de las monedas mayores, actuó por primera vez sobre una economía emergente latinoamericana. Desde la crisis mexicana de 1995 no existía un precedente de esta escala. Bessent describió la operación como “rápida, técnica y sin riesgo para el contribuyente” y afirmó que representa una inversión en estabilidad regional más que un rescate.
El Gobierno nacional aplicó un ajuste fiscal de gran magnitud. En 2024 alcanzó un superávit primario cercano al 1,8 % del PIB, frente al déficit de 2,9 % de 2023, y proyecta un superávit del 1,5 % para 2025. La inflación mensual, que en diciembre de 2023 rondaba el 25 %, cayó al 1,5 % en mayo de 2025, y la tasa anual bajó de más del 200 % a cerca del 40 %.
Aunque sigue siendo alta en comparación internacional, esta reducción sacó al país del umbral de la hiperinflación y devolvió previsibilidad a la economía. Representa una mejora estructural: el peso recuperó estabilidad, el crédito volvió a operar y la inversión comenzó a normalizarse.
El respaldo estadounidense abarca además una agenda más amplia. Las conversaciones incluyen la ampliación del cupo cárnico argentino y posibles acuerdos sobre minerales críticos, como litio y tierras raras, dentro de la Inflation Reduction Act. Un eventual Critical Minerals Agreement, similar a los firmados con Chile y Australia, integraría a la Argentina en la cadena global de valor de los vehículos eléctricos.
El componente geopolítico es evidente. Estados Unidos busca consolidar en la región un grupo de aliados confiables frente al avance de China y da prioridad a gobiernos con vínculos pragmáticos en comercio, energía y seguridad. En ese marco, la relación directa entre Trump y Milei redefine la posición argentina: un diálogo bilateral más personal que institucional, sustentado en afinidades ideológicas y una visión compartida del orden internacional.
El respaldo político tuvo además una dimensión explícita. Antes de las elecciones, durante su encuentro con Milei en la Casa Blanca, Trump advirtió: “If they don’t win, we’re not going to waste our time.” La frase fue interpretada como un mensaje directo al electorado argentino y al mercado financiero.
Después de los comicios, ya con los resultados confirmados, Trump reforzó su posición a bordo del Air Force One, donde declaró: “We’ve made a lot of money based on that election, because the bonds have gone up. Their whole debt rating has gone up.”
Ese respaldo no fue un gesto aislado. Trump ya había intervenido de manera decisiva en la relación bilateral durante el gobierno de Mauricio Macri, con quien mantenía una relación personal y afinidad política. En junio de 2018, apoyó el acuerdo récord con el Fondo Monetario Internacional por unos US$ 50.000 millones, el mayor préstamo en la historia del organismo a un país miembro.
Sin embargo, la relación con Javier Milei adquirió una intensidad diferente, basada en una adhesión ideológica mutua y un alineamiento discursivo más estrecho. Lo que en tiempos de Macri fue cooperación pragmática, hoy se transformó en una alianza política y simbólica, sostenida en la identificación personal entre ambos líderes y en una visión compartida del orden internacional.
El cambio político interno fue tangible. En las elecciones provinciales de septiembre, celebradas en la provincia de Buenos Aires —la jurisdicción más poblada del país, donde reside más de un tercio del electorado nacional—, el peronismo se había impuesto con el 47 % de los votos frente al 34 % del oficialismo liberal-libertario, en unos comicios locales destinados a la legislatura provincial.
Un mes más tarde, en las elecciones legislativas nacionales del 26 de octubre, que definieron la nueva composición del Congreso, La Libertad Avanza obtuvo alrededor del 40,7 % de los votos a nivel nacional frente al 31,6 % del peronismo y revirtió el resultado en la propia provincia de Buenos Aires, donde se impuso por un punto (41,5 % contra 40,8 %).
La diferencia, aunque mínima, tuvo un fuerte impacto político: significó que el oficialismo liberal-libertario venciera en el principal bastión histórico del justicialismo. Analistas locales e internacionales destacaron que el respaldo explícito de Donald Trump —político y financiero— en las semanas previas al comicio fortaleció la percepción de estabilidad y contribuyó al giro del electorado, especialmente en los sectores urbanos e independientes que habían votado al peronismo en septiembre.
Ese cambio de tendencia consolidó la posición de Milei dentro de su coalición, redujo las tensiones que amenazaban su programa económico y fortaleció la gobernabilidad.
El contraste histórico completa el cuadro. En 2001, durante los días finales del gobierno de Fernando de la Rúa —un gobierno de centro-derecha moderado, no peronista—, el canciller argentino Adalberto Rodríguez Giavarini se reunió en la Casa Blanca con la asesora de Seguridad Nacional Condoleezza Rice y le advirtió que desatender a la Argentina debilitaría la influencia de Estados Unidos en América del Sur.
En esa misma época, el secretario del Tesoro, Paul H. O’Neill, afirmaba que no usaría “el dinero de los plomeros y carpinteros estadounidenses” para rescatar al país.
Aquel contexto derivó en un golpe de Estado blando, impulsado por sectores peronistas, que forzó la renuncia del presidente De la Rúa.
Desde entonces, y durante más de dos décadas, los gobiernos argentinos fueron en su mayoría populistas y de raíz peronista, en sintonía con una ola regional de populismos de distinto signo que se extendió por América Latina.
Mientras varios países del continente —de Venezuela a Nicaragua, y en menor medida Brasil, Bolivia y México— adoptaban modelos de poder concentrado y economías fuertemente intervenidas, la influencia de China creció exponencialmente, no solo como socio comercial, sino también como acreedor, inversor y proveedor de infraestructura estratégica.
Veinticuatro años después, la escena se invierte: el Tesoro compra pesos, el Congreso muestra estabilidad y la Casa Blanca vuelve a mirar hacia el Sur con interés estratégico.
 
                        